viernes, 16 de marzo de 2012

“La guerra de los sexos”.


Una mirada psicodramática acerca del lugar del varón y la mujer contemporáneos.
Hay una cuestión que a mi criterio es fundamental. Conviene plantearla toda vez que se intente abordar la temática de lo femenino y lo masculino en la actualidad. No por considerarla fundamental pretendo que en ella se abarque o se agote el amplísimo campo de discusión de las problemáticas de género.
Dicha cuestión fundamental se me impuso en los últimos años coordinando grupos de reflexión de varones y talleres intensivos sobre las vicisitudes  de la masculinidad y la femineidad y realizando además mi práctica clínica individual, con grupos y parejas.

¿Cuál es la cuestión? La guerra de los sexos. El enfrentamiento entre hombres y mujeres. Unos y otros suelen tender al extremismo o convertirse en contendientes dentro de un enfrentamiento, que si bien tolera distintas designaciones para los bandos, es frecuente verlo caracterizado como guerra entre machistas y feministas. Esta guerra muchas veces es consecuencia de la impotencia que ambas partes tienen para plantear sus recíprocas demandas y acceder a algún nivel de comprensión mutua. Tanto para unos como para otros el lugar del otro es el del sometimiento. El monólogo prevalece sobre el diálogo. Cada vez estoy más convencido de que cuando se intenta abordar y agotar el tema de lo masculino y femenino únicamente desde las diferencias recíprocas, se enciende un enfrentamiento, que lejos de dar a luz algo nuevo, produce un efecto de ocultamiento, una tendencia a atrincherarse en posiciones básicamente defensivas. ¿De qué nos defendemos? Esencialmente de la intolerancia a las diferencias de cada uno consigo mismo; de la posibilidad de pensarnos, sentirnos y vernos a nosotros mismos distintos a lo que suponemos y pretendemos ser. En suma, de nuestra intolerancia a las propias diferencias y de la posibilidad de convivir con ellas. Quisiera reflexionar partiendo de la producción dramática de un seminario realizado en los 90 en la Cátedra Teoría y Técnica de Grupos de Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
Para promover el caldeamiento del trabajo se comenzó por titular al Seminario: “Cuando el Príncipe Azul y la Cenicienta no vuelven”, vicisitudes de la masculinidad y la femineidad en nuestro tiempo. Esta presentación pretende invitar a la metaforización y la implicación personal.
En su transcurso, se improvisaron escenas de la vida cotidiana. En algunas oportunidades se formaron subgrupos de hombres, mujeres y mixtos. Cada uno de estos subgrupos armó una escena tendiente a representar las relaciones recíprocas entre varones y mujeres en la vida cotidiana. El dispositivo posibilitó que los varones y las mujeres  desempeñaran alternativamente roles reconocidos convencionalmente como masculinos y femeninos. (No suponer a partir de esta afirmación que se considera la existencia de roles pre-asignados, esenciales, unívocamente determinados. Sí pretendemos sostener un dispositivo que promueva bucear y poner en evidencia las asignaciones que nos habitan a cada uno).
Durante las improvisaciones se evidenció el abismo existente  entre lo que cada uno pretendió representar (desde la concepción previamente elaborada de su personaje, o, como después se dijo, “desde los ideales”) y lo que espontáneamente surgió en la representación (o,  como después se dijo, “desde las tripas”).
Una vez que fue posible vivenciar este divorcio interno en cada uno, se preparó el paso que posibilitó aproximarse a la problemática en cuestión desde una perspectiva distinta a la alcanzada hasta ese momento. Diría yo, un enfoque más sincero y con más posibilidades autorreflexivas. En otras palabras: se hicieron evidentes las dificultades de cada cual para el cambio.
Se produjo un sinceramiento no sólo con el otro, sino fundamentalmente de cada uno consigo mismo; un sinceramiento que resultó de la auto confrontación a partir de la improvisación y al que no se puede acceder desde el cogito cartesiano exclusivamente.
Pensar basta para existir, solamente en el campo de las ideas. Pero fuera de él, lo indispensable es encarnarse en el cuerpo, en el movimiento, en el sentimiento. Ello no implica distanciarse de la reflexión sino del racionalismo. No se trata de renunciar a la capacidad de pensar a favor de la emoción pura. Se trata, en cambio, de entender la reflexión precisamente como expresión del sujeto emocionalmente reencontrado. Esto nos confronta con uno de los sentidos del Psicodrama como concepción de lo grupal, y como posibilitador de un vínculo dialógico en el que la interdependencia predomine sobre la dependencia.
Me parece importante subrayar que el Psicodrama, como concepción de lo grupal, es la vía que da acceso a un acontecimiento que permite des ocultar algunos de los sentidos de la escena, jugar las diferencias de mirada y acceder a lo común y a lo específico del drama. Es así como frente a la crisis, en este caso en el vínculo entre el hombre y la mujer, cada uno puede recuperar en buena medida su protagonismo, y desde allí, un encuentro más fecundo con el otro. A partir de un trabajo de esta naturaleza, cada uno puede comenzar a tomar contacto con las diferentes maneras de ser hombre y las distintas maneras de ser mujer, que corresponden también a cada uno.
Se trata de una tarea de prevención insoslayable en el momento actual. Ello conlleva el desafío de realizarla sin que, sin embargo, podamos establecer una distancia óptima, como diría Pichón Riviere. Estamos inmersos en esta problemática. Ello requiere en forma imprescindible que cada uno de nosotros sepa darse el ámbito apropiado para trabajarlo de la manera más eficaz. El punto de partida consiste en reconocer las formas que cada cual tiene de pensarse dentro de su “mito inconfesado”. Asimismo de qué manera este mito genera sentimientos y promueve acciones en la vida cotidiana. Para ello, es interesante valerse del aporte que nos hacen la mitología, la antropología, el cine y otros medios que nos acercan a la posibilidad de desnaturalizar lo obvio, que nos confrontan con el sinnúmero de modelos posibles que existen, existieron o podrían llegar a existir en relación al vínculo entre el hombre y la mujer, los miembros de la especie humana, los seres humanos. Comienza a surgir la necesidad de categorías más adecuadas o ajustadas para poder intentar dar cuenta de la temática que nos convoca. Se hacen evidentes los inconvenientes que definirían cada subconjunto, como por todas las dificultades que pueden devenir de la subagrupación misma. No son pocos los “ismos” que la humanidad ha padecido.
La necesidad de discutir los modelos es particularmente provechosa cuando se la canaliza a través del análisis y el debate de obras de arte.
En los seminarios los participantes aportaron material en este sentido. Se consideró por ejemplo una película “Cuando Harry conoció a Sally”.
Es una historia sencilla, quizás no demasiado profunda, donde los personajes se interrogan sobre la posibilidad de formar una pareja. El relato central alterna con flashes de entrevistas a matrimonios de distintos orígenes, edades y extracciones sociales.
Todos ellos cuentan brevemente de qué modo se encontraron, qué los unió y cómo viven en la actualidad. En suma, qué contrato establecieron y desde qué lugares.
La referencia a esta película, como otras expresiones artísticas o científicas que ofrecen modelos alternativos y estilos vinculares, fue fecunda para reconocer la gama de posibilidades dentro de la relación recíproca hombre-mujer. Permitió asimismo advertir hasta qué punto esas posibilidades pueden ser operativas o disfuncionales sin que se sometan a un paradigma único.
Es así como pudimos plantear algunos interrogantes: El actual momento de cambio, de construcción de imaginarios alternativos, ¿cómo encuentra ubicados al hombre y la mujer? ¿En qué rol queda encasillado predominantemente cada uno? ¿Cuáles son las características de la lucha de cada varon y de cada mujer en su cotidianeidad por romper con los modelos preestablecidos que condicionan su conducta?
A veces el trabajo con varones me induce a pensar que los hombres mantenemos con la afectividad un vínculo que me recuerda al de los púberes con su cuerpo. Ella nos genera inquietud, desconcierto, desconocimiento, incertidumbre. Fuimos, los varones, arrojados al campo de lo público donde no se llora, donde en consecuencia se nos atrofiaron los lagrimales. Estamos en un proceso de rehabilitación en el cual es esencial señalar una diferencia: conectarse con la sensibilidad no implica ser un blando, perder la fuerza y la potencia. Simultáneamente las mujeres fueron confinadas dentro del marco de lo privado. Se les enseñó que la lucha no era para ellas, que la femineidad se consolida con resignación y renunciamiento.
Para cada uno, hombres y mujeres, la inmolación de ciertos aspectos del ser ha sido diferente, pero la finalidad idéntica. Esta inmolación colabora a sostener la vigencia del mito de la “media naranja2. Dos, medio inmolados, conforman sólo uno en la unidad de la pareja. Uno más uno es uno. La idea de que se trata de dos mitades que deben formar una unidad requiere que parte de un original haya sido sacrificado. Paralelamente a este sacrificio hay una hipertrofia. Ciertos aspectos aparecen exagerados, con la consiguiente  virtuosidad y horror con que todo exceso carga al sujeto.
Justamente las sociedades más desarrolladas son las que con mayor nitidez han definido la función social del sujeto. Pero allí donde está definida la función social del sujeto se corre el riesgo de olvidar lo personal de él.
¿Qué hace uno cuando sale de su trabajo? ¿Qué relevancia ontológica y vital tiene ser uno mismo? Me vuelve a la memoria aquel verso de una canción de Sui Generis que dice”…solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien…”
Estamos a inicios del milenio, en un mundo al parecer abierto al reconocimiento de la heterogeneidad,  sensibilizado ante el problema de la crisis ecológica  y donde todo parecería indicar que se privilegia la coexistencia y la inclusividad. Sin embargo, el horror al otro sigue subsistiendo, no apenas al otro que tenemos ante nosotros. Las pesadillas siguen siendo personales. Cuanto más se nos propone y nos proponemos la unificación, el odio a las diferencias resalta con todas las dificultades que entraña su superación.
La fecundidad del psicodrama, en este sentido, es que permite despegarse de la presunción de ser uno y nos contrasta con las alternativas. Favorece el encuentro de líneas de fuga. A través de la improvisación tenemos la posibilidad del encuentro con los otros que podemos ser y de hecho somos. Se trata de atenuar la dimensión de lo siniestro en la vida cotidiana. Lo siniestro entendido como captura en la presunción de una identidad unívoca a partir de la cual se construye un vínculo estereotipado, empobrecido y carente de creatividad con el mundo. Si de algo se trata, sería de animarnos a la heteronomía. No pretendemos ser muchos distintos, sino de advertir los muchos que uno no es. No se trata de pasar de una vida unívoca a una vida diaspórica. SE trata de percibir las oportunidades o alternativas que cada sujeto tiene para que las integre en una acción convergente.
Esto requiere que dejemos de refugiarnos en los bastiones del racionalismo y en los prejuicios que de él se derivan, que nos reconozcamos desde el sentimiento unido a la capacidad de pensar; que accedamos a algún nivel de síntesis entre la emoción y la razón.
Lic. Guillermo Augusto Vilaseca

Versión revisada y corregida de el artículo “El Hombre y la Mujer a fin del Milenio, una mirada psicodramática” publicado en la revista Psicodrama de la Sociedad Argentina de Psicodrama. Revista N° 9 Año VIII – Agosto 1992


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