viernes, 25 de mayo de 2012

Violencia de género: Autocensura en la guerra de los sexos

MISANDRIA Y MISOGINIA       

¿Cuál es el tratamiento correcto para un tema tan espinoso como la violencia de género? ¿Cuál es la vara que mide la objetividad en una sociedad sumida en una guerra de los sexos que incluso tiene a redactores y periodistas con diferentes perspectivas en las mismas redacciones? La autocensura y la extorsión moral son dos herramientas muy utilizadas que terminan tergiversando las historias en detrimento de la información objetiva.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24) - El tratamiento de un tema espinoso y durante mucho tiempo relegado como es la violencia doméstica, amplio tópico que se dirige tanto a los problemas entre parejas como a la violencia contra los hijos por parte de sus padres, está amenazando con convertirse a fuerza de golpes de efecto, en "violencia machista" sin más, excluyendo incluso del debate a la "violencia de género", trasmutada gracias al extremismo feminista.
La famosa discusión acerca de si la presidente Cristina de Kirchner debía ser mencionada como "presidenta", discusión vana que pareció ser el puntapié inicial de un enfrentamiento entre el gobierno argentino y los medios, resulta un ejemplo visible de cómo un extremo absurdo del feminismo tergiversa el lenguaje por cuestiones ideológicas que nada tienen que ver con el origen del lenguaje ni respeta sus reglas básicas.
Esa misma aplicación del aleccionamiento se vive día a día en las redacciones periodísticas, que por autocensura o "extorsión emocional", terminan presentando al tema de la violencia de género como exlusivamente de violencia del hombre contra la mujer.
En ese sentido, es notorio que el asesinato de un niño en manos de su madre es tildado de "locura" mientras que si el sospechoso es el padre, se trata de "violencia familiar". En el mismo sentido, cuando una mujer asesina a su marido, la tendencia busca señalar que el hombre era violento con su mujer, mientras que cuando la violencia es ejercida por el hombre, inmediatamente se victimiza a la mujer y cualquier señalamiento sobre la conducta de la mujer es tomada como una relativización y atenuación del crimen si no era del todo correcta. Así, con esa mordaza moral impuesta a base de reiteraciones, la práctica periodística se vuelve enteramente subjetiva con respecto a este tema.
Basta con hacer un conteo sobre los seguimientos de ciertos casos para darse cuenta, la balanza está inclinada a señalar al hombre como el culpable y a la mujer como la víctima sin excepción. Sólo en este verano se registraron numerosos casos de violencia de género que señalaban al hombre como culpable incluso antes de que el acusado fuera señalado por la justicia: un ejemplo casi sincrónico fue el de los casos del niño asesinado en Lincoln y el del "Karateca" en La Plata, que fueron tratados como de violencia de género, mientras que el del asesinato de un niño de 6 años en manos de su madre por venganza contra el padre fue tratado como un caso aislado de locura.
Este tipo de tratamiento de las noticias podría desembocar rápidamente en lo que los sociólogos franceses no han dudado en denominar misandría, el odio contra el hombre, la versión feminista de la misoginia.
En ese marco, un artículo de Tomas Delclos Juanola para el Diario el País, plantea el debate de cómo debe ser tratada una noticia de violencia de género. Aunque su orientación parece estar más apuntada al aleccionamiento de los redactores del diario que a informar al público en general, el artículo revela cuestiones claves como la autocensura y la presión de organismos feministas para tergiversar las noticias.
"Hasta el 15 de mayo, este año ha habido en España 18 crímenes machistas. Esta cifra demuestra la dimensión del problema y la necesidad de que se esté en alerta perpetua para combatirlo. Uno de ellos se produjo recientemente en Elche. La noticia de este diario sobre el mismo provocó el envío de una carta de queja por el tratamiento informativo. Recibí decenas de copias de la misma. La semana pasada reproduje la carta en el blog, la respuesta del responsable de la edición valenciana y añadí varias consideraciones. Desde entonces he recibido cartas a propósito de las mismas. Unas, agradeciéndolas y, otras, criticando que no hiciera una impugnación íntegra de la información.
La noticia tachaba lo sucedido de violencia machista, uno de los términos que adopta el Libro de estilo frente a expresiones como “violencia de género”. Incluía manifestaciones de mujeres, particularmente en la edición digital, alertando sobre la necesidad de no bajar la guardia frente a esta lacra social. Este defensor criticó la alusión hipotética a que la fallecida tuviera otras relaciones sentimentales porque podía tener una lectura atenuante del crimen, el agravio comparativo entre la descripción del pasado de la víctima y del agresor, y el acudir a vecinos, un recurso cuya pobre fiabilidad —ya que se desconoce el carácter de su relación con los aludidos— es recomendable no utilizar, a menos que pueda comprobarse su testimonio. Por otra parte, coincidía con los responsables de la edición en que, con la mención a otros aspectos de la vida de la mujer, así como la descripción de que la pareja vivía realquilada, no se pretendía introducir ninguna causalidad o comprensión sobre la actuación del agresor, sino reflejar la condición de víctima social de la persona asesinada. La carta original consideraba que las menciones sobre el supuesto pasado de la mujer —prostitución, drogadicción— “solo contribuyen a restar credibilidad a la víctima y, por ende, a todas las mujeres víctimas de violencia de género”. Este ha sido uno de los puntos del debate posterior. Un lector, Ferran Isabel, considera que se ponía más énfasis en el pasado de la mujer asesinada que en el hecho del asesinato. Otras cartas afirman que este pasado debía haberse silenciado.
El tratamiento de la violencia sexista en los medios ha mejorado en los últimos años y así lo reconocen estudios como el presentado en el Congreso Internacional de Comunicación y Género celebrado en marzo en Sevilla. Una ponencia de Mavi Carrasco, Marta Corcoy, Montserrat Puig y Elena Riera en el mismo así lo afirma. El trabajo sobre una muestra de cinco diarios, entre ellos este, considera, sin embargo, que todavía hay carencias en el tratamiento del contexto que “ayude a reflexionar sobre la magnitud de este gran problema social”. Un dato: cuando se cita la fuente, un 70% es institucional, judicial o policial. Y un 42% trabaja con una única fuente. Ello puede suponer un aprisionamiento informativo para el periodista que se enfrenta a dificultades para el contraste de fuentes en las horas siguientes al crimen. El Consejo del Audiovisual Catalán (CAC) en su estudio de 2011 también refleja una mejora en la calidad del tratamiento aunque, afirma, persisten problemas. “Las relaciones causa-efecto, vinculadas al origen o a las circunstancias personales de las personas implicadas, continúan estando presentes”.
De entrada, está claro que es necesario que la información sobre estos crímenes exista. El año pasado, las organizaciones de mujeres criticaron una sugerencia del Gobierno socialista para que las televisiones redujeran el minutado de estas noticias por temor a un supuesto efecto emulador. La reacción a esta propuesta sostuvo, con razón, que ocultar el problema favorecería que pasara inadvertido. Y negaba que se diera este efecto mimético. El origen de este tipo de crímenes, replicaban, está en la ideología patriarcal instalada. Una lectora, María Dolors Renau, destaca en su carta la necesidad de intensificar el combate contra esta vergüenza “y las raíces culturales y educativas que la provocan”. El Libro de estilo de este diario contempla el peligro de emulación únicamente en los casos de suicidio y falsos avisos de bomba.
En el 42% de las noticias que citan una fuente, esta es única
Dolors Comas, antropóloga social, catedrática de la Universidad Rovira i Virgili y miembro del CAC, fue una de las remitentes de la carta. Le he preguntado su opinión sobre cómo debe organizarse el relato, aspecto donde reside el mayor peligro de deslizamiento hacia tratamientos equivocados, y administrar la relevancia de los datos de que se dispone. Admite que “no hay una receta única” sobre qué datos suministrar de la víctima y del agresor “sino la aplicación del buen hacer del periodismo y el sentido común, de manera que sean relevantes para comprender los hechos”. “Y en esto tiene mucho que ver el contexto de la noticia y la propia forma de redactar la información. ¿Se tenía que decir o no que la víctima era prostituta, por ejemplo, o drogadicta? Pues depende: sí, si esto permite entender la naturaleza del asesinato; no, si no tiene relación, y no parece tenerla en este caso. Se trataba, además, de meras presunciones, no confirmadas. Si encima se suman a toda una serie de informaciones negativas sobre la víctima que el lector recibe en forma de cascada, pueden ser percibidas como elementos ‘justificativos’ o atenuantes del asesinato y, en todo caso, oscurecen los motivos por los que se produce la violencia machista”.
Para orientar la labor periodística se han publicado varios decálogos. La Unión de Periodistas Valencianos, ya en 2002, invitaba —sin faltar a la verdad ni escamotear datos— a no mantener una equidistancia entre víctima y agresor e insistía en que la defensa de la dignidad de las víctimas no está reñida con la objetividad informativa “bien entendida y aplicada”. Las recomendaciones coinciden en que no se debe establecer implícitamente una causa-efecto entre circunstancias personales o socioculturales y las agresiones porque estas se dan en todas las clases sociales y económicas.
Marta Corcoy, profesora de la UAB, considera que, manteniendo el anonimato de la víctima y del agresor, los datos no deben ocultarse siempre que puedan ofrecerse equitativamente tanto de este como de la víctima. “Lo llamativo y preocupante es que habitualmente, en otro tipo de informaciones sobre acciones delictivas, las fuentes de la investigación acostumbran a suministrar más detalles sobre el culpable y silencian más los de sus víctimas. En los casos de violencia machista sucede lo contrario. Se ofrece más información de la mujer agredida que del agresor. Una cosa es no ocultar información y otra, respetando la presunción de no culpabilidad, ignorar la vida y circunstancias del agresor frente al despliegue de todo tipo de detalles sobre la mujer asesinada”. Para Corcoy este desequilibrio informativo es producto de una visión androcéntrica que persiste. Un aspecto que destaca, discrepando de algunas opiniones, es que informar de la nacionalidad, en la medida que no se ignore cuando son españoles, ayuda a tumbar el prejuicio de que la mayoría de los protagonistas o víctimas son inmigrantes.
Sin necesidad de ocultar datos, aunque ciñéndose a los verificados y pertinentes, debe tenerse muy presente en este tipo de informaciones que los hechos han de presentarse como un problema social. Tratarlos como sucesos repetitivos puede tener un fatal efecto narcotizante. Como estableció la ONU, la violencia machista vulnera los Derechos Humanos y es, por encima de cualquier otra consideración, un criminal atentado a la libertad de la víctima, de la mujer".
 

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